Ya llevaba unas semanas intentando probar la canoa ya que me llamaba bastante la atención por saber lo inestable que son y por el mítico pique que siempre hay entre kayakistas y canoístas. El caso es que o porque teníamos que salir rápido del agua (para hacer gimnasio o para correr) o porque nos cerraban los hangares de las piraguas y el material, no podía meterme a remar en una de ellas. Hasta que hace unas semanas me dejaron probar una canoa de cuernos ya que no teníamos nada más que hacer después ya que habíamos hecho gimnasio antes de continuar entrenando en el agua. Sin pensármelo dos veces le pregunte a un amigo del lago que si me dejaba intentarlo y accedió encantado; me dijo que probara de qué lado me encontraba más estable remando con la pala en el pantalán
(como cuando ellos compensan) y luego, todo decidido, me monté en la canoa, dí dos paladas y me caí. Pero no, no al agua, sino que tuve la suerte de que fui a parar al pantalán sin siquiera mojarme más que las piernas porque entró agua a la canoa. Así que tenía que vaciarla, me salí y se me
ocurrió la maravillosa idea de voltearla sentado en los bidones de plástico que forman el pantalán, con los pies dentro del agua y, sin siquiera darme cuenta, y ante la sorpresa y el asombro mío y de mis compañeros; se me escurre el culo y me caigo de lleno al agua.
Lo gracioso de todo esto es que aún me lo siguen recordando mis amigos del lago.